Decidí ese día Viernes, después del trabajo, ir a buscar la torta para el cumpleaños de mi hijo, que celebraríamos al día siguiente. A las 6 de la tarde salí triunfante con torta en mano y me dirigí a la estación de metro El Parrón, Línea 2, con destino a la estación Pajaritos para tomar finalmente el Bus que me llevaría a casa.
Con mi enorme torta ví que no me era posible ingresar al metro, por lo que decidí utilizar un bus troncal hasta el centro de la ciudad que venía prácticamente vacío y que me permitió viajar cómodamente sentado. No conté con que más adelante el bus se repletaría y tuve que bajarme con la torta en alto, cual vendedor de cabritas en el Estadio Nacional, tratando de no perder el equilibrio.
Tomar locomoción en plena Alameda era imposible. ¿Buses clones ? Meeenos. ¿Ingresar al metro, línea 1? ¡Nunca! Si en días de semana, sin mochila, hay que dejar pasar varios trenes antes de subir, y cuando se logra ingresar, hay que viajar pegado al vidrio, hoy, con una torta, no era ni siquiera pensable intentarlo.
¿Que hacer? Sentía que todo el mundo me miraba raro, riéndose para sus adentros diciendo: "Pobre tipo, viajando con una torta, en Transantiago? ¡ Está Loco!"
Intenté otra variante. Tomar un troncal en Estación Mapocho, que me acercara hasta Estación San Pablo, en donde podría conectar con algún bus que me permitiera llegar a casa, con la torta intacta. Eso era prioritario: Intacta. Así lo hice.
Nada. No pasó nunca ese bus que esperaba. Con la cola entre las piernas, ingresé al metro Cal y Canto para conectar a Los Héroes, rumbo nuevamente a Pajaritos. El mar de gente que se peleaba por subir a los vagones me hizo sentarme por casi una hora con la torta entre mis manos, esperando que el flujo decayera, por lo menos como para tratar de ingresar a un vagón, cosa que finalmente logré , después de dejar pasar no menos de treinta trenes, para descender finalmente triunfante en Los Héroes, lugar de mi transbordo.
Descendí las escaleras y fuí detenido por la masa humana que era retenida por los guardias de seguridad que impedían el paso ante la saturación de esa estación. Pasados unos minutos pude seguir descendiendo, con mis manos adoloridas por el peso de la torta que permanecía ignorante de lo que me sucedía. Al pasar ya al andén, una guardia de seguridad mira la torta, me mira y me dice :"Ojalá llegue con torta" ante lo cual solo atiné a sonreir entre dientes.
¿Que hacer? Trenes y trenes pasaban... pasaban... pasaban... pasaban... y pasaban.... y yo sentado en el suelo, la espalda en el muro y una torta de cumpleaños, que hice descansar sobre la mochila, frente a mis piés. Hubiera querido tener mi cámara. Habría sido una buena foto para el recuerdo.
Miré la hora: 20:20. Ya habían pasado más de dos horas desde que compré la torta y desde que utilicé mi tarjet Bip, por lo que tendría que pagar un nuevo pasaje al salir de la estación. Pasada otra media hora de trenes repletos, me arriesgo y entro al último vagón y nuevamente con la torta en alto cual mozo de cocktail o de restaurant.
No todo fue malo. A la salida del metro Pajaritos ya estaba el bus que me llevaría a casa y aunque tuve que pagar nuevamente pasaje y viajar de pié, pude al menos depositar la torta de mi infortunio sobre una cubierta interior del bus, cosa que mis manos agradecieron.Descendí del bus e ingresé a mi casa como si trayera un tesoro que había logrado proteger de la codicia humana. El reloj marcaba las 21:05 hrs. Después de tres horas, al fin toda esa epoyeya había terminado.
Con mi enorme torta ví que no me era posible ingresar al metro, por lo que decidí utilizar un bus troncal hasta el centro de la ciudad que venía prácticamente vacío y que me permitió viajar cómodamente sentado. No conté con que más adelante el bus se repletaría y tuve que bajarme con la torta en alto, cual vendedor de cabritas en el Estadio Nacional, tratando de no perder el equilibrio.
Tomar locomoción en plena Alameda era imposible. ¿Buses clones ? Meeenos. ¿Ingresar al metro, línea 1? ¡Nunca! Si en días de semana, sin mochila, hay que dejar pasar varios trenes antes de subir, y cuando se logra ingresar, hay que viajar pegado al vidrio, hoy, con una torta, no era ni siquiera pensable intentarlo.
¿Que hacer? Sentía que todo el mundo me miraba raro, riéndose para sus adentros diciendo: "Pobre tipo, viajando con una torta, en Transantiago? ¡ Está Loco!"
Intenté otra variante. Tomar un troncal en Estación Mapocho, que me acercara hasta Estación San Pablo, en donde podría conectar con algún bus que me permitiera llegar a casa, con la torta intacta. Eso era prioritario: Intacta. Así lo hice.
Nada. No pasó nunca ese bus que esperaba. Con la cola entre las piernas, ingresé al metro Cal y Canto para conectar a Los Héroes, rumbo nuevamente a Pajaritos. El mar de gente que se peleaba por subir a los vagones me hizo sentarme por casi una hora con la torta entre mis manos, esperando que el flujo decayera, por lo menos como para tratar de ingresar a un vagón, cosa que finalmente logré , después de dejar pasar no menos de treinta trenes, para descender finalmente triunfante en Los Héroes, lugar de mi transbordo.
Descendí las escaleras y fuí detenido por la masa humana que era retenida por los guardias de seguridad que impedían el paso ante la saturación de esa estación. Pasados unos minutos pude seguir descendiendo, con mis manos adoloridas por el peso de la torta que permanecía ignorante de lo que me sucedía. Al pasar ya al andén, una guardia de seguridad mira la torta, me mira y me dice :"Ojalá llegue con torta" ante lo cual solo atiné a sonreir entre dientes.
¿Que hacer? Trenes y trenes pasaban... pasaban... pasaban... pasaban... y pasaban.... y yo sentado en el suelo, la espalda en el muro y una torta de cumpleaños, que hice descansar sobre la mochila, frente a mis piés. Hubiera querido tener mi cámara. Habría sido una buena foto para el recuerdo.
Miré la hora: 20:20. Ya habían pasado más de dos horas desde que compré la torta y desde que utilicé mi tarjet Bip, por lo que tendría que pagar un nuevo pasaje al salir de la estación. Pasada otra media hora de trenes repletos, me arriesgo y entro al último vagón y nuevamente con la torta en alto cual mozo de cocktail o de restaurant.
No todo fue malo. A la salida del metro Pajaritos ya estaba el bus que me llevaría a casa y aunque tuve que pagar nuevamente pasaje y viajar de pié, pude al menos depositar la torta de mi infortunio sobre una cubierta interior del bus, cosa que mis manos agradecieron.Descendí del bus e ingresé a mi casa como si trayera un tesoro que había logrado proteger de la codicia humana. El reloj marcaba las 21:05 hrs. Después de tres horas, al fin toda esa epoyeya había terminado.
Reflexiones finales
Mañana, en el cumpleaños de mi hijo, no estarán invitados ni la Presidenta Bachelet, ni el Ex-Ministro Espejo, ni el Ministro Cortázar, y yo exigiré DOBLE porción de torta.
Después de todo, creo, que me lo merezco ¿no?