Cada vez que me levanto, sin encender la luz, recuerdo esta anécdota de hace algunos años atrás. Esa mañana, como estaba aún oscuro, sólo corrí un poco la cortina y me vestí apresuradamente. No tomé desayuno y salí rápidamente pues debía realizar algunos trámites antes de ir a mi trabajo. Al cruzar la calle, sentí que uno de mis zapatos estaba mas suelto que el otro. Por la rápidez en salir, era posible que no hubiera atado bien mis cordones. Llegué al hospital, me realicé los examenes pertinentes y me dirigí posteriormente a una sucursal bancaria para el segundo trámite. Al cruzar la Alameda sentí que tenía un problema con el taco de uno de mis zapatos pero no le dí importancia. Al salir del Banco, noté que yo cojeaba. Traté de caminar normalmente pero no, yo efectivamente cojeaba. Era como si tuviera una pierna más larga que la otra. ¿Cómo era eso posible? La respuesta no la iba a obtener en ese instante, cruzando la Alameda, así es que me dirigí al paradero de buses y al revisar mis zapatos descubro que ... uno era un zapato negro y el otro, un bototo café !!! Con el apuro en levantarme y sin luz tomé los dos primeros que encontré y este era el resultado. ¿Que hacer? Una llamada telefónica a casa. Risas, risas y más risas y una larga espera. Un cambio de zapatos en el paradero, un beso de despedida y de nuevo rumbo al trabajo, esta vez, con los dos pies puestos en tierra a la misma altura y del mismo color. Y todo por no encender la luz. Que no les pase lo mismo!