Estuve largos minutos con la cabeza gacha y con mis ojos llenos de lágrimas. No es común que me vean llorar, pero no podía hacer otra cosa. Mi esposa, se acercó en más de una oportunidad a darme un cálido beso mientras yo seguía llorando.. El menor de mis hijos no se percató de nada. A veces los hijos somos tan indiferentes... Con un pañuelo enjuagué mis lágrimas y levantando la cabeza, miraba a lo alto como para darme ánimo y que todo terminara pronto. A ratos, la indiferencia de mi esposa me obligaba a soportar solo y estoicamente mi dolor. Ella, claro, seguía preparando todo lo necesario, mientras yo, sufría y lloraba en silencio. Es que se llora cuando se pica cebolla ¿no? y son tan ricas las empanadas hechas en casa. ¡Feliz 18!
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